Me buscas aunque no sabes cómo llamarme.
Crees que no conoces mi nombre, pero está escrito en tu sangre y en las memorias de todos aquellos que te precedieron. Las respuestas siempre están en tu interior, por más que busques en los libros de los hombres. Las hojas se sajan, las tablillas se erosionan, los archivos se borran, pero mi nombre es eterno en la memoria colectiva de la humanidad, en las conexiones subterráneas de los árboles, en las formaciones de las geodas y en las brillantes constelaciones de la noche. Yo soy la voz de tu historia, el eco de tus ancestros, la promesa del futuro.
Pero tú eres un humano, uno de este siglo inquieto, ansioso y febril, uno que ha crecido acunado en la satisfacción instantánea. La paciencia no es tu mayor virtud. Quieres saber y quieres saberlo ya. Te lo pondré fácil esta vez.
Me llaman la señora de los mil nombres porque cada cultura me dio uno diferente, pero yo soy todas ellas a la vez. Yo soy Isis, Hecate, Démeter, Gaia, Ishtar, Astarté, Inanna, Anahita, Uma, Pachamama ... Otros me llaman "La Señora", y algunos simplemente "Ella". Pero en estas tierras de conejos, serpientes, toros y linces me llaman Iberia, la dama de los dos rostros: el rostro joven que mira las tierras del Este hacia las antiguas civilizaciones, y la anciana que mira las afortunadas tierras del Oeste del eterno verano.
Pero soy más que un nombre, mucho más que un concepto o un arquetipo, mucho más que un mito o un cuento de ancianas y bardos...
Yo soy la suave brisa que acaricia tu piel y el potente cierzo que galopa en el valle del Ebro.
Yo soy el fuego intenso que moldea el hierro en la fragua del herrero y la llama danzarina del hogar de tu casa.
Yo soy la ola que lame tus pies al pasear por playas de arena y el manantial cantarín que esculpe las laderas de las montañas.
Yo soy la tierra fértil que se desborda de frutos en verano y la roca oscura de la profundidad de la cueva.
Yo soy el dorado de los campos de cereal de Castilla en las tardes de agosto.
Soy el rojo de la sangre derramada por tu linaje sobre mis tierras.
Soy el violeta de los cielos del atardecer.
Yo soy la flor y el cieno. El pájaro y la ardilla. La cigarra y la hormiga.
Soy la imponente montaña y el sinuoso río, el vetusto helecho del bosque, el haya desnuda en el invierno.
Yo soy el suave musgo sobre la piedra que indica el norte, y la hoja ocre que tapiza el suelo en otoño.
Yo soy la doncella que despierta la primavera y soy la amante que se regocija en la vida.
También soy la madre que nutre a sus hijos y soy la anciana que comparte la sabiduría de sus años.
Yo soy quien dirige la batalla y la que cura las heridas de los caídos.
Yo levanto imperios y destruyo civilizaciones.
Soy la herida y el veneno, el remedio y el alivio.
Yo doy y quito, premio y castigo, hiero y sano.
Yo soy la calma y la tormenta, la muerte y la vida, la creación y la destrucción.
Soy la belleza, la armonía, la suavidad aterciopelada de las caricias, pero también soy la podredumbre y la enfermedad. Soy abundancia y dolor. Soy alegría e ira, ilusión y tristeza.
Yo soy tú y tú eres yo.
Yo soy todo lo que es y lo que no es. Lo que fue y lo que será. Yo soy el tiempo y el espacio, soy la luz y la oscuridad, lo abstracto y lo concreto, el espíritu y la materia, el orden y el caos.
Porque yo lo contengo todo.
Yo soy.
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